Cuando vayas al templo, vigila tus pasos: si te acercas hazlo para escuchar y no para ofrecer sacrificios propios de necios que ignoran que obran mal. (Eclesiastés 4:17)


Hace muchos años vi, en uno de los diarios de mi país, un chiste de un humorista que se llama Máximo. En el mismo Dios estaba con aire triste hablando con un ángel y le decía lo siguiente: "El problema de este mundo no es que yo no hable, es más bien que nadie me escucha". Me pareció y me sigue pareciendo muy acertado. La pobreza de la vida devocional de muchos de los seguidores de Jesús es apabullante y motivo de mucha tristeza. Somos totalmente unidireccionales, le hablamos, le cantamos, le adoramos, le suplicamos pero, desgraciadamente, pocas veces ¡Si alguna! nos paramos a escucharle y tratar de averiguar qué quiere, qué piensa, qué consejo, qué orientación tiene para las situaciones o experiencias que vivimos. 

Jesús, en el capítulo 10 del evangelio de Juan afirmó en varias ocasiones que nosotros tendríamos la oportunidad de escuchar su voz y de reconocerla. Sin embargo, para ello es preciso concentración, silencio e intencionalidad. Cosas, todas ellas, que parecen costarnos un montón. El autor de Eclesiastés nos invita pues a escuchar más y más al Señor, discernir su voz y, consecuentemente, su voluntad. No es osado afirmar que Él desea más escucha de tu parte y menos alabanzas vacías.


¿Cómo está tu capacidad de escuchar a Dios?


Cuando vayas al templo, vigila tus pasos: si te acercas hazlo para escuchar y no para ofrecer sacrificios propios de necios que ignoran que obran mal. (Eclesiastés 4:17)


Hace muchos años vi, en uno de los diarios de mi país, un chiste de un humorista que se llama Máximo. En el mismo Dios estaba con aire triste hablando con un ángel y le decía lo siguiente: "El problema de este mundo no es que yo no hable, es más bien que nadie me escucha". Me pareció y me sigue pareciendo muy acertado. La pobreza de la vida devocional de muchos de los seguidores de Jesús es apabullante y motivo de mucha tristeza. Somos totalmente unidireccionales, le hablamos, le cantamos, le adoramos, le suplicamos pero, desgraciadamente, pocas veces ¡Si alguna! nos paramos a escucharle y tratar de averiguar qué quiere, qué piensa, qué consejo, qué orientación tiene para las situaciones o experiencias que vivimos. 

Jesús, en el capítulo 10 del evangelio de Juan afirmó en varias ocasiones que nosotros tendríamos la oportunidad de escuchar su voz y de reconocerla. Sin embargo, para ello es preciso concentración, silencio e intencionalidad. Cosas, todas ellas, que parecen costarnos un montón. El autor de Eclesiastés nos invita pues a escuchar más y más al Señor, discernir su voz y, consecuentemente, su voluntad. No es osado afirmar que Él desea más escucha de tu parte y menos alabanzas vacías.


¿Cómo está tu capacidad de escuchar a Dios?


Cuando vayas al templo, vigila tus pasos: si te acercas hazlo para escuchar y no para ofrecer sacrificios propios de necios que ignoran que obran mal. (Eclesiastés 4:17)


Hace muchos años vi, en uno de los diarios de mi país, un chiste de un humorista que se llama Máximo. En el mismo Dios estaba con aire triste hablando con un ángel y le decía lo siguiente: "El problema de este mundo no es que yo no hable, es más bien que nadie me escucha". Me pareció y me sigue pareciendo muy acertado. La pobreza de la vida devocional de muchos de los seguidores de Jesús es apabullante y motivo de mucha tristeza. Somos totalmente unidireccionales, le hablamos, le cantamos, le adoramos, le suplicamos pero, desgraciadamente, pocas veces ¡Si alguna! nos paramos a escucharle y tratar de averiguar qué quiere, qué piensa, qué consejo, qué orientación tiene para las situaciones o experiencias que vivimos. 

Jesús, en el capítulo 10 del evangelio de Juan afirmó en varias ocasiones que nosotros tendríamos la oportunidad de escuchar su voz y de reconocerla. Sin embargo, para ello es preciso concentración, silencio e intencionalidad. Cosas, todas ellas, que parecen costarnos un montón. El autor de Eclesiastés nos invita pues a escuchar más y más al Señor, discernir su voz y, consecuentemente, su voluntad. No es osado afirmar que Él desea más escucha de tu parte y menos alabanzas vacías.


¿Cómo está tu capacidad de escuchar a Dios?