Pero Jesús se volvió y le dijo a Pedro: —¡Apártate de mí, Satanás, pues eres un tropiezo para mí! Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres. (Mateo 16:23)


La ilusión de ver. Dice el refrán de la lengua castellana que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver. Del mismo modo podríamos afirmar que el más iluso es aquel que está convencido de que lo que ve es real. Jesús afirma que por defecto nosotros no tenemos la misma visión que tiene Dios de la realidad. Desde el momento de la Caída, es decir, cuando como género humano decidimos vivir al margen del Señor, de su jurisdicción y autoridad, nuestra percepción de cómo somos, cómo son los otros y cómo es, en definitiva, la realidad, se ha visto afectada por el pecado. Ya no vemos las cosas como las ve Dios. De hecho, es mi convicción que parte del proceso de discipulado consiste, precisamente, en recuperar la vista, volver a ver, apreciar de nuevo la realidad tal y como esta es vista por el Padre. Pero eso es un proceso gradual, intencional, que durará, como tantas otras facetas del discipulado toda una vida.

La lectura de la Palabra y la reflexión sobre la misma, así como la oración, nos permiten reenfocar nuestra mirada, graduarla, adquirir esa perspectiva que de natural carecemos. Sólo pasando tiempo con Dios podemos superar esa distorsión visual que el pecado ha producido. Pero, como le pasó a Pedro, podemos asumir que por estar cerca del Señor vemos las cosas como Él ¡Craso error!


¿Hasta qué punto ves las cosas como Dios las ve?



Pero Jesús se volvió y le dijo a Pedro: —¡Apártate de mí, Satanás, pues eres un tropiezo para mí! Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres. (Mateo 16:23)


La ilusión de ver. Dice el refrán de la lengua castellana que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver. Del mismo modo podríamos afirmar que el más iluso es aquel que está convencido de que lo que ve es real. Jesús afirma que por defecto nosotros no tenemos la misma visión que tiene Dios de la realidad. Desde el momento de la Caída, es decir, cuando como género humano decidimos vivir al margen del Señor, de su jurisdicción y autoridad, nuestra percepción de cómo somos, cómo son los otros y cómo es, en definitiva, la realidad, se ha visto afectada por el pecado. Ya no vemos las cosas como las ve Dios. De hecho, es mi convicción que parte del proceso de discipulado consiste, precisamente, en recuperar la vista, volver a ver, apreciar de nuevo la realidad tal y como esta es vista por el Padre. Pero eso es un proceso gradual, intencional, que durará, como tantas otras facetas del discipulado toda una vida.

La lectura de la Palabra y la reflexión sobre la misma, así como la oración, nos permiten reenfocar nuestra mirada, graduarla, adquirir esa perspectiva que de natural carecemos. Sólo pasando tiempo con Dios podemos superar esa distorsión visual que el pecado ha producido. Pero, como le pasó a Pedro, podemos asumir que por estar cerca del Señor vemos las cosas como Él ¡Craso error!


¿Hasta qué punto ves las cosas como Dios las ve?