Iba Jesús caminando por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y Andrés. Eran pescadores y estaban echando la red en el lago. Jesús les dijo: — Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Ellos dejaron al punto sus redes y se fueron con él. Un poco más adelante vio a Santiago, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca reparando las redes. Los llamó también, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca junto con los trabajadores contratados, se fueron en pos de él. (Marcos 1:16-20)

Juan, en su evangelio, ya nos informó acerca del primer encuentro de Jesús con algunos de los integrantes de este grupo de pescadores. Mateo, Marcos y Lucas nos explican cómo fue su llamamiento a seguir a Jesús.  Son pasajes que dan mucho de sí y están llenos de principios perfectamente aplicables a nuestra realidad actual. Lo primero que deseo remarcar es el contexto donde el Maestro se encuentra con estos candidatos a ser discípulos, su lugar habitual de trabajo, en medio de la vida cotidiana. ¿Qué principio se deduce de esto? Pues que hemos de estar dispuestos y preparados para encontrarnos con Jesús en nuestra rutina y cotidianidad, en el trabajo, en el hogar, en la escuela, en el vecindario. Afirmo que aquel que no percibe y disfruta del Señor en la vida cotidiana difícilmente lo hará en los templos, esos edificios en los que sus seguidores nos reunimos y que facilitan nuestra vida comunitaria pero en los cuales Dios no habita ni habitará nunca. Como en el caso de estos pescadores y posteriormente los discípulos que iban camino de Emaús, Jesús sale al encuentro y, con demasiada frecuencia, no somos capaces de reconocerlo porque de alguna manera nuestro paradigma nos indica que hay que encontrarlos en lugares especiales, en fechas especiales y bajo la mediación de personas especiales. Todo ello nos despoja de la posibilidad de experimentar la presencia del Señor en la rutina del día a día y al hacerlo santificarla.

¿Cuál es tu capacidad de experimentar a Dios en la vida cotidiana?




Iba Jesús caminando por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y Andrés. Eran pescadores y estaban echando la red en el lago. Jesús les dijo: — Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Ellos dejaron al punto sus redes y se fueron con él. Un poco más adelante vio a Santiago, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca reparando las redes. Los llamó también, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca junto con los trabajadores contratados, se fueron en pos de él. (Marcos 1:16-20)

Juan, en su evangelio, ya nos informó acerca del primer encuentro de Jesús con algunos de los integrantes de este grupo de pescadores. Mateo, Marcos y Lucas nos explican cómo fue su llamamiento a seguir a Jesús.  Son pasajes que dan mucho de sí y están llenos de principios perfectamente aplicables a nuestra realidad actual. Lo primero que deseo remarcar es el contexto donde el Maestro se encuentra con estos candidatos a ser discípulos, su lugar habitual de trabajo, en medio de la vida cotidiana. ¿Qué principio se deduce de esto? Pues que hemos de estar dispuestos y preparados para encontrarnos con Jesús en nuestra rutina y cotidianidad, en el trabajo, en el hogar, en la escuela, en el vecindario. Afirmo que aquel que no percibe y disfruta del Señor en la vida cotidiana difícilmente lo hará en los templos, esos edificios en los que sus seguidores nos reunimos y que facilitan nuestra vida comunitaria pero en los cuales Dios no habita ni habitará nunca. Como en el caso de estos pescadores y posteriormente los discípulos que iban camino de Emaús, Jesús sale al encuentro y, con demasiada frecuencia, no somos capaces de reconocerlo porque de alguna manera nuestro paradigma nos indica que hay que encontrarlos en lugares especiales, en fechas especiales y bajo la mediación de personas especiales. Todo ello nos despoja de la posibilidad de experimentar la presencia del Señor en la rutina del día a día y al hacerlo santificarla.

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Iba Jesús caminando por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y Andrés. Eran pescadores y estaban echando la red en el lago. Jesús les dijo: — Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Ellos dejaron al punto sus redes y se fueron con él. Un poco más adelante vio a Santiago, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca reparando las redes. Los llamó también, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca junto con los trabajadores contratados, se fueron en pos de él. (Marcos 1:16-20)

Juan, en su evangelio, ya nos informó acerca del primer encuentro de Jesús con algunos de los integrantes de este grupo de pescadores. Mateo, Marcos y Lucas nos explican cómo fue su llamamiento a seguir a Jesús.  Son pasajes que dan mucho de sí y están llenos de principios perfectamente aplicables a nuestra realidad actual. Lo primero que deseo remarcar es el contexto donde el Maestro se encuentra con estos candidatos a ser discípulos, su lugar habitual de trabajo, en medio de la vida cotidiana. ¿Qué principio se deduce de esto? Pues que hemos de estar dispuestos y preparados para encontrarnos con Jesús en nuestra rutina y cotidianidad, en el trabajo, en el hogar, en la escuela, en el vecindario. Afirmo que aquel que no percibe y disfruta del Señor en la vida cotidiana difícilmente lo hará en los templos, esos edificios en los que sus seguidores nos reunimos y que facilitan nuestra vida comunitaria pero en los cuales Dios no habita ni habitará nunca. Como en el caso de estos pescadores y posteriormente los discípulos que iban camino de Emaús, Jesús sale al encuentro y, con demasiada frecuencia, no somos capaces de reconocerlo porque de alguna manera nuestro paradigma nos indica que hay que encontrarlos en lugares especiales, en fechas especiales y bajo la mediación de personas especiales. Todo ello nos despoja de la posibilidad de experimentar la presencia del Señor en la rutina del día a día y al hacerlo santificarla.

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