¡Ay de los que bajan a Egipto para buscar quien los ayude, de los que en sus caballos se apoyan! Confían en la abundancia de carros de guerra y en la gran fortaleza de los jinetes, no hacen caso del Santo de Israel ni van a consultar al Señor. (Isaías 31:1)


Decisiones, decisiones; la vida está llena de ellas. Algunas intrascendentes, carentes de importancia. Otras, pueden marcar nuestras vidas y las de nuestros seres queridos. ¿Hacia qué o quién nos volvemos cuando hemos de tomar decisiones? ¿En qué o quién nos orientamos? ¿En qué o en quién encontramos los criterios que nos permitan la elección adecuada? ¿Es nuestro sentido común suficiente garantía para apoyarnos en él? ¿Merecen suficiente valor las opiniones de aquellos que nos rodean? ¿En qué se basan estos para hacer válido su consejo, de dónde proviene su sabiduría?

A la hora de tomar decisiones de calado estas y otras preguntas son dignas de ser tenidas en cuenta. Por medio de Isaías el Señor se queja de que no le hagamos caso ni le consultemos a la hora de decidir. Nos basamos, como dice el libro de Proverbios, en nuestra propia capacidad, sabiduría y prudencia, en vez de confiar en el consejo del Señor. Es cierto que su consejo, en ocasiones, parece locura y nos enfrenta contra la lógica humana. El sentido común, la razón nos empuja en una dirección, la fe, en la contraria. Pero el Señor no nos ha dejado en un vacío a la hora de tomar decisiones. Nos ha dado, por un lado, su Palabra; por el otro, el Espíritu Santo, quien vive en nosotros y que, según prometió Jesús, nos guiará a toda la verdad y nos enseñará todas las cosas.

Es difícil tomar decisiones importantes en la vida. Sin embargo, a menudo, la dificultad se ve incrementada por el hecho de que ni buscamos orientación en la Palabra ni nos paramos a escuchar al Espíritu de Dios; no es más fácil bajar a Egipto.


¿Qué lugar ocupa Dios en tu toma de decisiones? ¿El consejo del Señor o tu propia prudencia?


¡Ay de los que bajan a Egipto para buscar quien los ayude, de los que en sus caballos se apoyan! Confían en la abundancia de carros de guerra y en la gran fortaleza de los jinetes, no hacen caso del Santo de Israel ni van a consultar al Señor. (Isaías 31:1)


Decisiones, decisiones; la vida está llena de ellas. Algunas intrascendentes, carentes de importancia. Otras, pueden marcar nuestras vidas y las de nuestros seres queridos. ¿Hacia qué o quién nos volvemos cuando hemos de tomar decisiones? ¿En qué o quién nos orientamos? ¿En qué o en quién encontramos los criterios que nos permitan la elección adecuada? ¿Es nuestro sentido común suficiente garantía para apoyarnos en él? ¿Merecen suficiente valor las opiniones de aquellos que nos rodean? ¿En qué se basan estos para hacer válido su consejo, de dónde proviene su sabiduría?

A la hora de tomar decisiones de calado estas y otras preguntas son dignas de ser tenidas en cuenta. Por medio de Isaías el Señor se queja de que no le hagamos caso ni le consultemos a la hora de decidir. Nos basamos, como dice el libro de Proverbios, en nuestra propia capacidad, sabiduría y prudencia, en vez de confiar en el consejo del Señor. Es cierto que su consejo, en ocasiones, parece locura y nos enfrenta contra la lógica humana. El sentido común, la razón nos empuja en una dirección, la fe, en la contraria. Pero el Señor no nos ha dejado en un vacío a la hora de tomar decisiones. Nos ha dado, por un lado, su Palabra; por el otro, el Espíritu Santo, quien vive en nosotros y que, según prometió Jesús, nos guiará a toda la verdad y nos enseñará todas las cosas.

Es difícil tomar decisiones importantes en la vida. Sin embargo, a menudo, la dificultad se ve incrementada por el hecho de que ni buscamos orientación en la Palabra ni nos paramos a escuchar al Espíritu de Dios; no es más fácil bajar a Egipto.


¿Qué lugar ocupa Dios en tu toma de decisiones? ¿El consejo del Señor o tu propia prudencia?


¡Ay de los que bajan a Egipto para buscar quien los ayude, de los que en sus caballos se apoyan! Confían en la abundancia de carros de guerra y en la gran fortaleza de los jinetes, no hacen caso del Santo de Israel ni van a consultar al Señor. (Isaías 31:1)


Decisiones, decisiones; la vida está llena de ellas. Algunas intrascendentes, carentes de importancia. Otras, pueden marcar nuestras vidas y las de nuestros seres queridos. ¿Hacia qué o quién nos volvemos cuando hemos de tomar decisiones? ¿En qué o quién nos orientamos? ¿En qué o en quién encontramos los criterios que nos permitan la elección adecuada? ¿Es nuestro sentido común suficiente garantía para apoyarnos en él? ¿Merecen suficiente valor las opiniones de aquellos que nos rodean? ¿En qué se basan estos para hacer válido su consejo, de dónde proviene su sabiduría?

A la hora de tomar decisiones de calado estas y otras preguntas son dignas de ser tenidas en cuenta. Por medio de Isaías el Señor se queja de que no le hagamos caso ni le consultemos a la hora de decidir. Nos basamos, como dice el libro de Proverbios, en nuestra propia capacidad, sabiduría y prudencia, en vez de confiar en el consejo del Señor. Es cierto que su consejo, en ocasiones, parece locura y nos enfrenta contra la lógica humana. El sentido común, la razón nos empuja en una dirección, la fe, en la contraria. Pero el Señor no nos ha dejado en un vacío a la hora de tomar decisiones. Nos ha dado, por un lado, su Palabra; por el otro, el Espíritu Santo, quien vive en nosotros y que, según prometió Jesús, nos guiará a toda la verdad y nos enseñará todas las cosas.

Es difícil tomar decisiones importantes en la vida. Sin embargo, a menudo, la dificultad se ve incrementada por el hecho de que ni buscamos orientación en la Palabra ni nos paramos a escuchar al Espíritu de Dios; no es más fácil bajar a Egipto.


¿Qué lugar ocupa Dios en tu toma de decisiones? ¿El consejo del Señor o tu propia prudencia?


¡Ay de los que bajan a Egipto para buscar quien los ayude, de los que en sus caballos se apoyan! Confían en la abundancia de carros de guerra y en la gran fortaleza de los jinetes, no hacen caso del Santo de Israel ni van a consultar al Señor. (Isaías 31:1)


Decisiones, decisiones; la vida está llena de ellas. Algunas intrascendentes, carentes de importancia. Otras, pueden marcar nuestras vidas y las de nuestros seres queridos. ¿Hacia qué o quién nos volvemos cuando hemos de tomar decisiones? ¿En qué o quién nos orientamos? ¿En qué o en quién encontramos los criterios que nos permitan la elección adecuada? ¿Es nuestro sentido común suficiente garantía para apoyarnos en él? ¿Merecen suficiente valor las opiniones de aquellos que nos rodean? ¿En qué se basan estos para hacer válido su consejo, de dónde proviene su sabiduría?

A la hora de tomar decisiones de calado estas y otras preguntas son dignas de ser tenidas en cuenta. Por medio de Isaías el Señor se queja de que no le hagamos caso ni le consultemos a la hora de decidir. Nos basamos, como dice el libro de Proverbios, en nuestra propia capacidad, sabiduría y prudencia, en vez de confiar en el consejo del Señor. Es cierto que su consejo, en ocasiones, parece locura y nos enfrenta contra la lógica humana. El sentido común, la razón nos empuja en una dirección, la fe, en la contraria. Pero el Señor no nos ha dejado en un vacío a la hora de tomar decisiones. Nos ha dado, por un lado, su Palabra; por el otro, el Espíritu Santo, quien vive en nosotros y que, según prometió Jesús, nos guiará a toda la verdad y nos enseñará todas las cosas.

Es difícil tomar decisiones importantes en la vida. Sin embargo, a menudo, la dificultad se ve incrementada por el hecho de que ni buscamos orientación en la Palabra ni nos paramos a escuchar al Espíritu de Dios; no es más fácil bajar a Egipto.


¿Qué lugar ocupa Dios en tu toma de decisiones? ¿El consejo del Señor o tu propia prudencia?