Por eso te digo que, si demuestra tanto amor, es porque le han sido perdonados sus muchos pecados. A quien poco se le perdona, poco amor manifiesta. (Lucas 7:47)


Estas palabras se las dijo Jesús a Simón, el fariseo que le había invitado a comer en su casa, en relación con el episodio de la prostituta que derramó sus lágrimas y perfume sobre los pies del Maestro. Que Jesús permitiera semejante intimidad por parte de una mujer de mala reputación fue para Simón una evidencia de que el Señor no podía ser un auténtico profeta; de lo contrario aquello no habría sucedido. Entonces Jesús procedió a explicarle la parábola de dos personas que debían cantidades diferentes de dinero. Uno de ellos diez veces más que el otro. Al pregunta ¿Cuál de los dos amará más al acreedor? Simón respondió de forma correcta: Aquel a quien más se le perdonó. Entonces Jesús aprovechó para aplicar la parábola al suceso que había vivido. Aquella mujer había recibido el perdón de muchos pecados, consecuentemente, fue mucho lo que se le perdonó.

Estoy convencido de que para poder apreciar en su justa medida el perdón de Jesús uno debe tener una clara y saludable conciencia de su propio pecado. Muchas veces no valoramos lo que hemos recibido porque tampoco consideramos que sea demasiado valioso; y no lo consideramos en su justo valor porque tampoco tenemos conciencia o creencia de que seamos realmente tan malos. Pablo, quien es llamado el apóstol de la gracia, había sido perseguidor de la iglesia y responsable de haber inflingido dolor y sufrimiento a muchas personas. Se consideraba a sí mismo el mayor de todos los pecadores ¡Con razón valoraba y daba gracias por el inmerecido amor del Señor! Una sana conciencia de pecado es necesaria. Primero porque nos ayuda a tocar de pies a tierra con nuestra realidad sin excusas ni justificaciones. Segundo, porque nos hace darnos cuenta de nuestra necesidad. Finalmente, porque nos lleva a apreciar en su justa medida el valor del perdón concedido por Dios.

¿Cuánto se te ha perdonado? ¿Cuánto lo valoras?



Por eso te digo que, si demuestra tanto amor, es porque le han sido perdonados sus muchos pecados. A quien poco se le perdona, poco amor manifiesta. (Lucas 7:47)


Estas palabras se las dijo Jesús a Simón, el fariseo que le había invitado a comer en su casa, en relación con el episodio de la prostituta que derramó sus lágrimas y perfume sobre los pies del Maestro. Que Jesús permitiera semejante intimidad por parte de una mujer de mala reputación fue para Simón una evidencia de que el Señor no podía ser un auténtico profeta; de lo contrario aquello no habría sucedido. Entonces Jesús procedió a explicarle la parábola de dos personas que debían cantidades diferentes de dinero. Uno de ellos diez veces más que el otro. Al pregunta ¿Cuál de los dos amará más al acreedor? Simón respondió de forma correcta: Aquel a quien más se le perdonó. Entonces Jesús aprovechó para aplicar la parábola al suceso que había vivido. Aquella mujer había recibido el perdón de muchos pecados, consecuentemente, fue mucho lo que se le perdonó.

Estoy convencido de que para poder apreciar en su justa medida el perdón de Jesús uno debe tener una clara y saludable conciencia de su propio pecado. Muchas veces no valoramos lo que hemos recibido porque tampoco consideramos que sea demasiado valioso; y no lo consideramos en su justo valor porque tampoco tenemos conciencia o creencia de que seamos realmente tan malos. Pablo, quien es llamado el apóstol de la gracia, había sido perseguidor de la iglesia y responsable de haber inflingido dolor y sufrimiento a muchas personas. Se consideraba a sí mismo el mayor de todos los pecadores ¡Con razón valoraba y daba gracias por el inmerecido amor del Señor! Una sana conciencia de pecado es necesaria. Primero porque nos ayuda a tocar de pies a tierra con nuestra realidad sin excusas ni justificaciones. Segundo, porque nos hace darnos cuenta de nuestra necesidad. Finalmente, porque nos lleva a apreciar en su justa medida el valor del perdón concedido por Dios.

¿Cuánto se te ha perdonado? ¿Cuánto lo valoras?



Por eso te digo que, si demuestra tanto amor, es porque le han sido perdonados sus muchos pecados. A quien poco se le perdona, poco amor manifiesta. (Lucas 7:47)


Estas palabras se las dijo Jesús a Simón, el fariseo que le había invitado a comer en su casa, en relación con el episodio de la prostituta que derramó sus lágrimas y perfume sobre los pies del Maestro. Que Jesús permitiera semejante intimidad por parte de una mujer de mala reputación fue para Simón una evidencia de que el Señor no podía ser un auténtico profeta; de lo contrario aquello no habría sucedido. Entonces Jesús procedió a explicarle la parábola de dos personas que debían cantidades diferentes de dinero. Uno de ellos diez veces más que el otro. Al pregunta ¿Cuál de los dos amará más al acreedor? Simón respondió de forma correcta: Aquel a quien más se le perdonó. Entonces Jesús aprovechó para aplicar la parábola al suceso que había vivido. Aquella mujer había recibido el perdón de muchos pecados, consecuentemente, fue mucho lo que se le perdonó.

Estoy convencido de que para poder apreciar en su justa medida el perdón de Jesús uno debe tener una clara y saludable conciencia de su propio pecado. Muchas veces no valoramos lo que hemos recibido porque tampoco consideramos que sea demasiado valioso; y no lo consideramos en su justo valor porque tampoco tenemos conciencia o creencia de que seamos realmente tan malos. Pablo, quien es llamado el apóstol de la gracia, había sido perseguidor de la iglesia y responsable de haber inflingido dolor y sufrimiento a muchas personas. Se consideraba a sí mismo el mayor de todos los pecadores ¡Con razón valoraba y daba gracias por el inmerecido amor del Señor! Una sana conciencia de pecado es necesaria. Primero porque nos ayuda a tocar de pies a tierra con nuestra realidad sin excusas ni justificaciones. Segundo, porque nos hace darnos cuenta de nuestra necesidad. Finalmente, porque nos lleva a apreciar en su justa medida el valor del perdón concedido por Dios.

¿Cuánto se te ha perdonado? ¿Cuánto lo valoras?